En estos tiempos en los que cada vez se pone más en duda la integridad y las maneras de la juventud en nuestra sociedad, desde luego, si la mayoría de los jóvenes son como los que nos atendieron de manera totalmente desinteresada la noche del día 6, hecho del que estoy del todo convencido, he de decir que debemos abandonar nuestros infundados prejuicios al respecto. Estamos en muy buenas manos.

La aparición de estos chicos no pudo expresarla mejor una joven la mañana siguiente mientras desayunábamos en uno de los mesones. Como nosotros, había sido rescatada la madrugada  anterior junto con unos amigos: “Sois unos Ángeles” y añadía “Dentro de lo que cabe, somos unos afortunados al haber tenido la suerte de poder llegar hasta aquí”. ¡Qué ciertas aquellas palabras!

Dormimos como pudimos, unos más, otros menos e incluso algunos no pudieron conciliar el sueño. Pero estábamos al abrigo del temporal y en todo momento atendidos. Con cartones en el suelo a modo de colchonetas y haciendo también las veces de mantas, pues es de lo único que no disponían para prestarnos.

Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, que una noche antes habían estado en ese mismo local repartiendo juguetes entre los más pequeños del lugar, tuvieron a bien hacernos un último regalo al dejarse por allí, quizá adrede, sus capas y servirnos de abrigo a los tres afortunados que pudimos hacernos con ellas.

Para que luego alguien ponga en duda su existencia.

Pero la colaboración no se quedaba entre los de menor edad del pueblo. La práctica totalidad de sus habitantes se volcó a la mañana siguiente con nosotros ya que muchos estaban durmiendo cuando comenzamos a llegar hasta allí. Un hombre no paró de dar viajes con su todo-terreno de La Panera hasta los bares del pueblo para llevarnos y traernos, ya que el manto blanco había  alcanzado más de medio metro de espesor, pues no dejó de nevar ni un solo instante. Por su parte, una vecina hizo unas riquísimas rosquillas para que pudiéramos desayunar sin tener que desplazarnos fuera del recinto. Otra cocinó un exquisito puré de verduras. Por mediación del alcalde llevaron primero café, leche y galletas y posteriormente, bocadillos para los que aún permanecíamos en el Centro Cívico. También dio instrucciones para que miembros de la UME, recién llegados, elaboraran una paella en su cocina de campaña que previamente habían instalado a pocos metros de donde nos encontrábamos para que los que aún quedasen allí a la hora de comer pudieran reponer fuerzas sin tener que acudir a los restaurantes de la villa ni hacer desembolso alguno.

Con la inestimable ayuda de dos cuñados que habían venido desde Burgos para sacarnos de allí a bordo del todo-terreno de uno de ellos, especialmente preparado para circular en condiciones tan adversas como las que sucedían, nos aventuramos a regresar antes de que el guiso estuviera preparado y abandonamos Villacastín, no sin antes agradecer a todos cuantos velaron por mi familia su generosidad sin límites y su apoyo constante. Tengo una deuda pendiente con la villa segoviana y antes o después quedará saldada. No sé de qué manera. Hasta entonces, gracias por todo.

Alberto Yagüe López
Publicado en – El Adelantado de Segovia