Las mayúsculas, a diferencia de las minúsculas, tienen mayor tamaño y por lo general distinta forma. Se emplean como inicial de nombres propios, en principio de período y después de punto. Nada dice en cambio el diccionario de la Real Academia Española sobre que, de igual modo, sirven para gritar con intensidad, desde el implícito silencio de la palabra escrita, los sentimientos más profundos.

La sentamos en uno de los asientos traseros de nuestro vehículo para llevarla a casa flanqueada por nuestros dos hijos. Durante el viaje, la mirábamos una y otra vez para comprobar la certeza de la situación, pues aún no creíamos que estuviera allí, con su nueva familia. El ENTUSIASMO crecía a cada segundo.

De esa manera entró a formar parte de nuestro hogar un doce de julio. Hace apenas un lustro. Su negro y rizado pelo hacía juego con sus oscuros y expresivos ojos. Su mirada desprendía NOBLEZA, asombro y serenidad a partes iguales, rebosando vida y esperanza.

Se llamaba Zhara, un hermoso nombre árabe cuyo significado es flor, bella o estrella. Nunca más acertado en este caso.

En seguida se adaptó a nuestras costumbres tras unas primeras noches de llantos y desasosiego, lógico por otro lado. Su integración, lejos de ser un problema resultó del todo sorprendente, si bien al principio parecía añorar a los suyos, claro. ¿Cómo no iba a hacerlo? Aun así, pronto se convirtió en UNA MÁS DE LA FAMILIA. Aprendía con rapidez y su alegría contagió nuestros corazones desde el primer momento. Se coló de rondón en todos y cada uno de ellos. Incluso en los más reticentes a su llegada. Un lugar que nunca jamás será ocupado por nadie ni por nada, pues suyo es desde entonces de pleno derecho.

Por primera vez acogíamos a un miembro ajeno a nuestra familia y teníamos el lógico temor de no estar a la altura de las circunstancias, pero, a decir verdad, nos lo puso muy fácil. En ese aspecto, cabe más significar su esfuerzo casi que el nuestro. Al fin y al cabo, era ella la extraña en nuestra unidad familiar, ya formada por cuatro miembros y muy distinta de la que provenía. La diferencia de edad también resultaba considerable, pues el menor de nuestros hijos contaba con diez años y el mayor dieciséis cuando se instaló para siempre en nuestras vidas con apenas dos meses recién cumplidos.

La llevamos al veterinario para realizarle el pertinente chequeo y comenzar sin más demora con su obligado calendario de vacunación. Sufría un problema intestinal, subsanado con gran celeridad gracias a un acertado tratamiento. Según nos informaron, las condiciones de higiene en las que se encontraba cuando nos fue entregada no eran las idóneas. Por fortuna, todo acabó en un susto.

Pasaba el tiempo y su adaptación a nuestra forma de vida, a nuestros hábitos y costumbres rayaba en la perfección. No había nadie de la familia que no resultara fascinado por su saber estar en todo momento. Era educada y obediente, aunque, por encima de todo cabía destacar su GENEROSIDAD. Difícil de comparar con cualquier otra conocida. Daba y daba sin cesar. Y cuando ya parecía haberlo entregado todo, nos regalaba aún más. Jamás esgrimió un mal gesto, ni un ladrido. Únicamente lo hacía cuando nos oía discutir entre nosotros. No lo soportaba. Era del todo imposible enfadarse con ella al emanar de su alma tanta PAZ y tanto AMOR por los demás. Excepto un par de vecinitas de su misma especie, con las que no se llevaba nada bien. Claro, no todo iba a ser perfecto.

Cuando cierro los ojos aún puedo verla durmiendo en su camita rodeada por peluches. Le encantaba jugar con ellos y por las noches descansaba acurrucada junto a sus favoritos. A menudo ella misma los cambiaba, pues tenía varios. Cualquier excusa era buena para regalarle alguno, pero un pequeño perrito color canela y su balón de trapo resultaban irremplazables. Como cualquiera de su edad, se pasaba el día jugando. En el parque disfrutaba brincando y correteando con los demás, fueran cuales fuesen sus castas o linajes. Poco importaban las diferencias raciales, siendo de gran valor la lección que nos proporcionan estos pequeños al resto de los mortales, tan llenos de prejuicios y de equivocados valores.

Cuando llegábamos a casa éramos recibidos con TODO su alborozo. A cualquier hora y sin pedir nada a cambio. Bueno, sí. Nuestros mimos. Se derretía con las caricias y abrazos que le dábamos cuando saltaba para achucharnos. Disfrutaba como pocos con nuestras lisonjas tan LLENAS de cariño. Deseaba vernos entrar por la puerta. Entonces, parecía relajarse; “Todos están en casa. Ya estoy tranquila”. Obviamente nunca se lo escuchamos decir si bien su cara, radiante de felicidad, parecía pregonarlo a los cuatro vientos. Era tal la SERENIDAD reflejada en su rostro que, de manera inmediata, nos invadía al resto.

Le gustaba salir a la calle por encima de todas las cosas. Al vernos preparados para dar un paseo se volvía loca. Y cuánto más largo era, más contenta se mostraba. Nos lo pedía a todas horas, aunque, por desgracia, no siempre podíamos complacerla. Por el contrario, los fuegos artificiales y los petardos le producían un horror desmesurado. No lo soportaba. También le asustaban sobremanera los truenos. Temblaba al escucharlos y corría a refugiarse junto a nosotros. Solo entonces se sentía segura. Probablemente esos estruendos le traerían algunas sombras, atormentando su joven memoria. Por desgracia, nunca sabremos cuáles.

Recuerdo la primera vez que vio con nosotros el mar. Sus ojos, como platos, parecían querer absorberlo por completo. Hacerlo parte de ella con su limpia mirada. Sentía un profundo respeto por el agua. Tanta inmensidad ante sí le producía cierto temor pasajero, pese a ello, acababa por zambullirse bajo las olas. Le divertía, disfrutando como la pequeña que era.

Todo iba perfecto en nuestra armoniosa convivencia, pero, de repente, un terrible mazazo sacudió nuestras confiadas vidas. No se encontraba bien desde hacía unos días. Había perdido el apetito y se la notaba algo más mustia de lo habitual, si bien su terrible fortaleza no dio signos alarmantes hasta la mañana en la que fue ingresada.

Tenía fiebre alta y la analítica mostraba un exceso de leucocitos. El diagnostico resultó concluyente. Padecía una infección y deberían seguir haciéndole pruebas para poder determinar cuál era la causa y de dónde provenía. No hubo tiempo. Un soplo maldito apagó la llama de su existencia. De cuajo y sin avisar. A las cuatro de la madrugada nos dieron la noticia que jamás hubiéramos deseado escuchar. Zhara, así se llamaba, había muerto.

Una septicemia había acabado con ella. Una bacteria afectó a varios de sus pequeños órganos. ¡Una JODIDA bacteria nos la había apartado de nosotros para siempre! ¿POR QUÉ? ¿Qué daño había hecho? ¡NINGUNO! Al contrario, había aportado a todos nosotros unos SENTIMIENTOS que no habrá tiempo suficiente para poder agradecérselo.

Lo sé. El tiempo es un aliado para estas cosas y poco a poco la enorme TRISTEZA que me inunda, que nos inunda en estos momentos, se transformará en júbilo por las vivencias compartidas. Muchas. Muchísimas. Pero, de momento, un terrible dolor y una inconsolable pena se instalaron en mi maltrecha alma, profundamente herida debido a este injusto revés propinado por un caprichoso y ruin destino. Una vida consumida de manera tan precipitada como inoportuna, sin acabar muy bien de comprender la razón. Si es que en verdad la hubiera. Un golpe bajo, TRAICIONERO y cobarde.

Hoy será un día durísimo para cuantos tuvimos el placer de convivir junto a ella. Mañana también. Toda esta semana. Todo este mes. Todo este año. SIEMPRE. No lo sé. Ahora no me planteo cuánto. Ya lo haré cuando el devenir diario vaya dando paso a los gratísimos recuerdos que nos regaló. Toda generosidad, toda bondad. Sin jamás poner una sola condición por tanto derroche de cariño hacia nosotros.

Resultará imposible olvidarla. Incluso en ocasiones puedo percibir su olor. Como si estuviera presente. Caminando a mi lado. Solo espero que, cuanto antes, esos recuerdos sean significado de alegría por todo cuanto compartimos por los incontables momentos FELICES vividos en su compañía.

Confío en que su alma nos brinde consuelo y ayuda para pasar este mal trago cuanto antes y, de alguna manera, nos espere cuando sigamos sus pasos al emprender el misterioso viaje y volvamos a encontrarnos.

¿Quién lo hubiera imaginado? La intención de traerla a nuestro hogar fue la de ofrecerle una vida mejor, llena de esperanza, futuro y prosperidad. Más, lejos de alcanzar ese sueño, éste resulta truncado por una enfermedad que quizá no habría contraído en su lugar de origen ¿O tal vez sí?

Esta circunstancia, inexorablemente me invita a reflexionar sobre lo acertado de la decisión. La respuesta es y será SÍ. Lo volvería a hacer y es muy probable que repita de nuevo. Aunque aún es pronto, pues no se trata de mitigar la actual tristeza por una nueva ilusión. No sería digno para nadie y mucho menos para ella. Primero ha de pasar este duelo. Ordenar los sentimientos desde la lejanía en el tiempo. Pero tras comprobar lo enriquecedor de esta experiencia, necesaria tanto para ella como para todos nosotros y aun barajando la posibilidad de volver a sufrir como lo estoy haciendo en estos momentos, merece la pena intentarlo.   

Según cuentan, todos decidimos el momento de “nuestra partida”. Nada es consecuencia del azar y  las cosas suceden por algo. Lo verdaderamente difícil es lograr entenderlo de esta manera. Sobre todo, cuando el porvenir tiende una trampa para arrebatarnos de forma tan repentina y cruel a quien tanto amamos. Quizá no estamos en condiciones de comprenderlo, pues el fortísimo suplicio producido por la pérdida de un ser querido nos impide razonar en esos momentos con la tranquilidad necesaria. Con la claridad precisa. La única verdad es que aún no soy capaz de verlo así. El paso de los años me ayudará a afrontarlo, incluso a interpretar la vida y la muerte de esa manera.     

A veces, me incorporo en la cama sobresaltado, creyendo despertar de un mal sueño, pero pronto observo que la verdadera pesadilla consiste en esta brutal realidad de su ausencia. En verdad lo intento, si bien no logro acostumbrarme a convivir con ese inmenso vacío persiguiéndome a cada instante.

Su ALEGRÍA se convirtió en la nuestra, aunque me duele en el alma que resultara tan BREVE. Teníamos tanto por ofrecernos aún, tantas cosas por compartir, tantos momentos de ternura, tanto amor por regalar…

Queridísima Zhara, quisiera, desde estas líneas que jamás desearía haber escrito, agradecerte tu incondicional GRATITUD ofrecida durante estos cinco años, así como todo cuanto has significado para nosotros. Esos momentos obsequiados de manera tan altruista sin esperar nada en absoluto, aparte del amor que en todo momento te brindamos y brindaremos hasta el instante en el que nos encontremos de nuevo para no volver a separarnos, espero, nunca jamás. Hasta entonces, permanecerás eternamente en nuestros corazones, latiendo ahora con un palpitar triste y taciturno mientras te añoran y se desgarran en estos días dolorosos y que por siempre serán TUYOS.

Pero de algo estoy convencido. Allá donde estés no existirán razas, desigualdades ni privilegios, pues todos seremos iguales. Nadie ha de acogerte al ser un alma libre. Si acaso, serás tú quien nos recibas y nos muestres el camino a seguir. Lo sé. O, mejor dicho, quisiera que así fuese. Estarás allí esperándonos, pues tanto amor no es lógico acabarlo de manera tan súbita. Más por el contrario, es y debe ser eterno. Hasta entonces, GRACIAS POR TODO, pequeña.